Vas corriendo a toda prisa, sin pensar
realmente a qué destino te diriges. Ves señales a lo largo de todo
el trayecto que te anuncian que no es un lugar seguro... pero sigues
corriendo en la misma dirección. Es entonces cuando llegas a ese
gran lago congelado y, por primera vez, sin remedio alguno, por fin
te paras a pensar... Podrías intentar cruzar con cuidado, vigilando
bien donde pisas porque sabes que una mala decisión en tus pasos te
llevará directamente bajo el hielo, pero si sale bien, si sabes
guiarte por el sitio adecuado, seguirás adelante; o puedes volver a
atrás, volver a pasar todo el tortuoso camino hasta llegar al punto
de partida para elegir otro camino, que podría ser mejor, peor o
exactamente igual...
Entonces, ¿qué haces?. El hecho es
que estás ahi, sentada, agotada, con los brazos cruzados mirando a
tu alrededor, sin saber por donde tirar, qué decidir, qué pensar...
y sabes que no puedes tardar mucho porque quedarte en ese punto
tampoco es una opción y hace frío.
Así que te levantas y empiezas a
caminar...