domingo, 4 de enero de 2015

si se mata, nunca muere.

-¿Sabes qué pasa cuando el amor muere?

-¿Se entierra?

- No. Nada.

-¿Cómo que nada?

- Nada, no pasa nada… cuando el amor muere es que ya no existe, se evapora. No duele, no habla, no siente… no está, simplemente no está, y no pasa nada.

- A mí si me duele.

-El tuyo no ha muerto, al tuyo lo han matado.

-Si lo han matado, está muerto, y a mí me duele.

-Pero ¿sabes qué pasa cuando se mata el amor?

-¿Nada?

-No, que se entierra.

-¿Dónde?

-Cuanto más profundo, mejor.

Verás, cuando se mata el amor no muere. Sí existe, lo tienes ahí, justo ahí delante, inmóvil, frío, rígido… pero está. No duele, pero ahoga. No habla, chilla. Porque quiere sentir pero no puede, no le dejan. Entonces se enfada, es autodestructivo y te arrastra a ti con él. Así que lo tienes que enterrar tan profundo como puedas, e incluso un poco más, para no oir sus gritos, para que no pueda hacerte más daño… Pero hasta que no muera ahí está, luchando por salir.

Por eso te duele.

-Y ¿qué hago?


-Esperar, cariño… esperar.
Tal vez fuera porque últimamente me sentía más sola o quizás por esa brisa con olor a pasado que me sacudió el pelo… realmente no sé qué me hizo volver a ti, a tu sonrisa, a tus tonterías, a tus miradas sólo mías… a todo lo bueno, pero el caso es que volví. Allí estaba yo, de pie a 3 metros de ti y tú no podías verme, como en “un cuento de navidad” en que el fantasma del pasado me llevaba a visitarte para hacerme ver lo que entonces no había sido capaz. Sin embargo, había una diferencia, no estaba contemplando un solo momento sino que los vivía todos simultáneamente, lo mejor de cada uno. Y tras noches y noches de “regreso”, te eché de menos. No me malinterpretes, no añoraba tus besos, ni tus encuentros furtivos, ni tampoco tu amor… lo que añoraba era simplemente a ti, a tu compañía, a nuestra confianza, a tu “estar”. Al fin y al cabo habías estado mucho tiempo, y aunque tu me odiabas y tu vida me había olvidado, la mía a ti no, y estaban pasando muchas cosas.